sábado, 27 de agosto de 2011

¡¿QUÉ?!



por Paco


Transparenta el vaso un ¿vacío? que hace ver la plateada forma de una cucharilla.
La mano que lo posó sobre la mesa que sostiene el vaso y la cucharilla, solo será un recuerdo del que una vez lo vio.
No ¿existirá? ni vaso, ni cucharilla, ni mesa, ni silla; donde la mujer que posó el vaso sobre la mesa tuvo una forma.
Si este escrito no lo lee nadie, jamás se podría imaginar que hubiera existido una mujer, que sentada en una silla ante una mesa, se tomara un liquido llamado café que contenía un vaso con cucharilla dentro.
Y menos que fue un recuerdo del que una vez lo vio.
Ahora bien, lo bonito del asunto es crear, ponerle forma, al que esto escribe y a la mujer que paladeó el café que tuvo el vaso, quizá inexistente, aunque tú lo puedas ver.

jueves, 25 de agosto de 2011

Puch Carabela


por Marta

Nos dejó un tres de noviembre, precisamente el mismo día que había venido al mundo. Coincidencias de la vida…pero es que, por muy amargo que sea, en ningún sitio está escrito que no puedas morir el día de tu cumpleaños.

Y es que los años de mi abuelo fueron setenta y cuatro años de coincidencias. La de nacer el año que estalló la guerra, la de tener exactamente los mismos ojos turquesas de su madre y la de que una de sus primas fuera su media naranja. Una media naranja de las de verdad, de las que sabes que existen pero nunca te tocan a ti.

Era un amor en calma; de interminables pasodobles en la plaza del pueblo, de leche con magdalenas para desayunar y de dos huevos pasados por agua a la hora de la cena. Un amor tan intenso que me gusta pensar que traspasó su piel para instalarse en sus cromosomas. Sus descendientes lo hemos heredado al nacer y en mi caso mi propio abuelo lo alimentó con sugus y caramelos de café. Y es que la pasión hacia los nietos es la más dulce que hay.

Ahora veo su Puch Carabela a lo lejos en el campo y siento como si nada hubiera pasado. Como si la acabara de dejar allí y se hubiera puesto “a sus labores”. Quieta y silenciosa desde que él la aparcó en ese lugar. Y es que, según me acerco, me da la sensación de que la moto sigue esperándole y se resiste, orgullosa y terca, a acompañar a su dueño. Pero tiene que entender que nunca volverá. Y por mucho que le cueste tendrá que asumir que los días de huerta, de caminos y labranza pertenecen al pasado.

Enfilo la senda en su moto, esta vez a los mandos, el sol está cayendo frente a mí, deslumbrándome con sus rayos…quizás por eso se llenan de agua mis ojos turquesas.

martes, 23 de agosto de 2011

La vieja

por Paco

Aquella mujer tiene unos 70 años. Me pide que le lleve su carrito de la compra. Acepto, pero una vez cargado su coche, me ofrece que le acompañe a comer a su casa. Vuelvo a aceptar, una vez que le dije a la parienta dónde iba. Me prepara un martini como los de James Bond y qué hombre, Paco, qué hombre. Lo conocí en Málaga, pero eso es otra historia, díjome, refiriéndose al viejo escoces.
Pero la verdadera historia vino después de tomarnos unos cuantos de esos martinis, cuando se emborrachó conmigo.
Cuenta que nació en Brasil y que gracias a Dios no pasó penurias económicas, pues sus padres, etcetcetc. Luego se casó y vino su pérdida como persona; ya sabes, siempre atenta al marido hijoputa que golpeábame y nadie me podía ayudar. Una amiga tuvo la solución. Vino a casa estando él y hacía como vendedora de champú. Le dio un bote ese pelo tan lindo, tú sabes, qué marido, qué suerte tienes, decía insuándose a ese comelágrimas.
Mi marido dejó el bote en el baño tres largas semanas. Al fin lo usó. Oí sus gritos y un golpe en la bañera. Sabía que moría ese gran hijoputa. No subí a ver su muerte.
Mientras las hormigas se terminaban de comer todo su cuerpo, llamé al mejor restaurante de la ciudad y luego pedí tres bois de esos que follan pagando, tú sabes y lista. Al volver a casa, no quedaban nada más que los huesos y los enterré 15 kilómetros lejos de casa.
Al pasar dos días, denuncié su desaparición a la policía, llorando, claro. Fui libre de un cabrón y ahora soy millonaria.
Me tengo que ir, la dije, me llama mi mujer.

domingo, 21 de agosto de 2011

Relatos Fantásticos II Quimera (del libro RelateAndo)


por Walda


En un lugar sin nombre, Clara y otros compañeros de una ONG, reunieron a varios miles de niños, todos huérfanos de las guerras de África y Oriente. Pidieron ayuda al mundo, necesitaban alimentos, ropa, medicinas...Los días iban pasando y la ayuda no llegaba, los alimentos se terminaron, y las risas, los juegos y canciones, se fueron acallando.
Clara tenía los ojos cerrados, estaba agotada, el pelo humedecido sobre la cara, el calor empezó a ser insoportable bajo los toldos. Creyó oír un ruido lejano, pero lo achacó a su debilidad, el sonido se hizo más intenso, el sol se ocultó tras los helicópteros que poblaron el cielo anunciando el maná de la vida. Estimulada por la alegría, salió de la tienda, y tras ella, algunos niños que aplaudían y enviaban besos a los pilotos. Las cajas caían a centenares. Abrió una, y aparecieron unas muñecas preciosas, usadas, pero arregladas para la ocasión, en la siguiente, coches y camiones con pilas nuevas para disfrute de los niños, en otra, pelotas y balones, algunos firmados por famosos futbolistas, juegos de mesa, maravillosos peluches...Y cuando no quedaba ninguna caja por abrir, y los juguetes aparecían amontonados de una manera desoladora; Clara rompió a llorar. Pero sucedió, que los juguetes revivieron, y cada uno eligió a un niño, y una muñeca preciosa con ropa de diseño abrazo a Clara, y nunca más volvieron a sentir, hambre, frío, calor...

miércoles, 17 de agosto de 2011

Relatos Fantásticos I La Cámara Séptima (del libro RelateAndo)


por Walda



Cuando el poderoso rey de Oriente tuvo que abandonar el palacio para visitar a su hermano enfermo, llamo a su mujer y le dijo: Toma estas llaves, con ellas podrás abrir las cámaras secretas del palacio, todas, excepto la puerta número siete.
La mujer esperó a que llegara la noche, y cuando todos dormían, decidió averiguar que misterio guardaban aquellas habitaciones.
Abrió la primera puerta, y tuvo que taparse la cara: el brillo de tanta riqueza la deslumbró. Brazaletes de jade, oro, turquesas, tapices de seda, rubíes...
En la segunda, sobre una piedra de esmeralda, había una vasija con el elixir del amor. La tercera contenía un libro con todos los trucos para preparar pócimas, y acabar con cualquier tipo de enfermedad. La cuarta, el Espejo de la Sabiduría, en él se reflejan todas las cosas del cielo y la tierra, quienes lo poseen, lo saben todo, y nada les está oculto. La cámara quinta, guardaba un sin fin de pequeños tarros, que aplicados ordenadamente, garantizaban la belleza eterna. En la sexta, una maravillosa bola del mundo con todas las ciudades, palacios y posesiones del rey.
La mujer estaba impresionada, miró la puerta número siete, y se pregunto--¿Qué maravilla ocultaría aquella cámara, que su marido no le quería mostrar?
La galería estaba vacía, nadie la podía ver, decidió abrirla. Ante ella...surgieron cuatro estatuas de bronce. Montados sobre caballos cuyas patas delanteras no tocaban el suelo como si se hubieran encabritado, cuatro jinetes de apariencia siniestra, vestidos con capas ondeando el viento, y con la cabeza cubierta con capuchas miraban fijamente la entrada. La mujer espantada quiso retroceder y cerrar la puerta... pero en ese momento, las estatuas tomaron vida, y el jinete que llevaba el arco lo disparó sobre ella, y los cuatro salieron veloces; causando la muerte el hambre y destrucción en todo el reino.

martes, 16 de agosto de 2011

El inmortal (del libro RelateAndo)

por Paco

Pues nada que hablando esta Semana Santa con Antonio en el bar de Juan entra uno y pide un vinito blanco.
Hombre Fernando, qué tal vas, dice Antonio y Juan a su vez le saluda. Le doy la mano y le miro pensando qué tío tan raro.
Hoy me he dado cuenta de una cosa importantísima, dice Fernando. Mis ojos preguntan qué pero el de los otros nada, porque no le miran. Juan limpia y Antonio se lía un cigarro.
He vivido 3.000 años, así, con números, uno tras otro.
¿Cómo es eso? Ni que fueras vampiro, le digo.
No hablas del diablo, porque lo conozco pues soy inmortal.
Mirada a Juan y a Antonio que ven la televisión, donde lloran los que no han podido salir de procesión. Oye ni puto caso a Fernando.
De repente ha cogido un cuchillo junto al jamón que nadie le pide a Juan y se lo ha clavado.
¡Joder, todo lleno de sangra! Dice Juan. ¡Coño, ten más cuidado, me has pringado!, dice Antonio.
Me echo las manos a la cabeza y oigo el pock de su cuerpo contra el suelo. Bebo mi vino nervioso y pido otro.
No te preocupes, Paco, machote, ahora se levanta. Siempre que viene Semana Santa lo hace, pero ya nadie le hace caso. Luego desaparece y vuelve al año siguiente.
Oye, se levanta, se va y no he podido preguntarle nada, nada.

domingo, 14 de agosto de 2011

Después de comer (del libro RelateAndo)

por Paco


Leía mi persona un librito de cuentos de puta madre de autores varios, pero se quedó dormida.

El tiempo, (que siempre digo que no existe, porque no te enteras de lo que duermes, sino tienes reloj, de ahí que no contara cuanto dormí) de sueño se rompió, cuando Canijo y Púa ladraron, porque entró el vecino a su casa y vi su estela pasando, aunque no llegué a verle.

Entonces me di cuenta que me dolía el brazo derecho y lo achaqué a la postura, pero no, cojones que pica y duele detrás, ahí en el músculo.

Llegó Susana y mientras comíamos la dije: me ha picado algún bicho y mira y dijo: ¡Joder, qué ronchón enorme!

Duele mucho, debería ir al médico, pero tanto calor y comida:¡siesta!. Otro día el médico, y ella, deberías no dejarlo como siempre porque es muy grande.

Viene la noche y regresa Jorge de Galicia con Andreas y a dormir poco después.

Vueltas en la cama dormido y sale el bicho que me picó de la herida del brazo, revolotea junto a la cara de Susana y en cada vuelo, el rostro de ella se parece
más al que conocí hace 26 años.
Antes de que ella despierte se hace de día y ¡madre mía, su cuerpo también tiene la misma edad!
¡DIEZ Y NUEVE AÑOS

Ahora miro el reloj y pienso que si tengo más bichos en el brazo, que sí, porque lo noto, puedo hacerme millonario y pagar a la Caja de ahorros ladrona lo que se debe y un montón de pensamientos atropellan mi cerebro y cerebelo y me voy a decirlo a la Universidad de Medicina
y cuando bajo al coche, veo el arcón y el agujero y me dice una voz:
¡Nadie te hará caso!

Y una polla, seas quien seas el que me habla. Iré a la tele y ya verás.

Lo que ocurrirá como no lo sé no lo puedo contar.

viernes, 12 de agosto de 2011

Mini-relatín refrescante y un poco nostálgico

Mil roces cálidos; mil veces al agua: de bomba, en montón, de la mano, sin salpicar, con voltereta, de uno en uno..

¡Quién lo volviera a pillar!

**********************************************
(Semi-digresión a media voz dedicada a Briones: lo revivo todos los días, cuando ya no queda nadie en piscina; solo me faltan los roces cálidos)

Cristina

jueves, 11 de agosto de 2011

Como un héroe (del libro RelateAndo)


por Martha




Olegario Andrade era el hacendado más poderoso que había al sur del Río Negro que divide en dos a Uruguay.
Un día, nadie sabe porqué, se subió a la azotea de su casa negándose a bajar. Enarboló la bandera nacional en un palo. Ya estaba instalado.
La casona era grande, de dos pisos, con altillos en la parte superior. La construyeron hacía un siglo en una elevación del terreno; se avistaba desde muy lejos.
Desde allí dirigía la estancia y a la gente. Poco a poco se fueron acostumbrando a esa rareza del patrón. Le alcanzaban todo lo que necesitaba.
Se acercaban a pedir órdenes, a comunicar eventos; todo, a los gritos.
Cuando algún hacendado vecino cabalgaba hasta allí a comprar o vender ganado, las transacciones se hacían desde arriba, siempre un ayudante diligente correteaba por la escalera que hizo instalar, con documentos y papeles. De la misma manera le subían la comida, que era casi siempre la carne asada que es la comida diaria de los gauchos.

Su mujer lo dio por perdido. Le tejía chaquetas y bufandas con la lana merina de sus ovejas, para que pasara el invierno.

Ya no se hablaba en esos pagos, como es costumbre en el campo, refiriéndose al tiempo, “antes del gran temporal”, “cuando el río se desbordó”, ahora la referencia para los acontecimientos era la manía del patrón.
Antes, y después de su manía.

Una mañana vio desde su atalaya, un jinete a galope tendido, sudoroso, desencajado, era el domador de la finca vecina. Portaba la noticia de que habían avistado una manga de langosta de varios quilómetros.

Ordenó encender hogueras por todo el campo, hizo que le subieran cacerolas y cucharones para ahuyentarlas con el ruido.
A la caída de la tarde desde su posición de vigía, las vio venir; el horizonte estaba oscurecido por una enorme nube negra, asomándose dio la voz de alerta.

Su mujer desde el patio le suplicó que bajara.
No la escuchó.
Ahí está, le explicó a la familia, como un loquito, golpeando cacerolas y agitando sábanas.
Ella cerró la mansión a “piedra y lodo”, pues es sabido que las saltonas se cuelan por cualquier lado.
La gente del campo, con latas, palos y cornetas, armó una batahola infernal. Los insectos llegaron por millones con su consiguiente ruido, sus mandíbulas trituraban sin cesar. Lo más asqueroso es que se pegaban al pelo y a la ropa. Las madres escondieron a los más pequeños en las casas.
No hubo tiempo de recoger la ropa de la colada puesta a secar.
Cuando días después la plaga se levantó, no había nada, ni trigo, ni maíz, ni la alfalfa sembrada para el forraje de los miles de cabezas de ganado; los árboles frutales y los ornamentales quedaron pelados. La ropa colgada en las sogas, desapareció.
Las gallinas comenzaron a poner huevos de yema colorada con un sabor repugnante; se habían dado un banquete de saltonas.

Don Olegario en la azotea gesticulaba y saltaba, totalmente desnudo, le habían comido la ropa. ¡Hijas de puta!, gritaba, mientras se tapaba sus vergüenzas con las manos, ¡las parió, qué invasión!
Era un espectáculo. Del pabellón patrio quedaba solo un jirón prendido al mástil.
Perdidas sus posesiones aéreas no le quedó más remedio que bajar, abrazado a lo que quedaba de la bandera. Abajo lo esperaba la familia y el gauchaje, entre vítores y aplausos. En loor de multitudes.

lunes, 8 de agosto de 2011

Un par de zapatos (del libro RelateAndo)


por Helena


Allí estaban, limpios y brillantes.
Usados en tantas ocasiones especiales, tanto tiempo guardados.
Con su aire siempre distinguido, con su dignidad preservada entre los marcados pliegues de las punteras; con las arrugas exactas en su memoria.
Con tantos y tantos pasos sobre su cuero como dieron mis pies; con toda la paciencia con la que siempre soportaron mi peso, mi arrogancia, mi miedo…

Ahí estaban aún.
Me los calcé despacio y caminé un poco: Siempre suaves y cómodos… ¡Se adaptaron a mí!, su horma fue creciendo a la vez que crecían y se endurecían los huesos de mis pies y cuando se deformaron las huellas de mis plantas… Fuertes y resistentes. Cuidados, sí… ¡pero qué resistentes!

Bajé al salón.
¡Viva el novio!, gritaron nuestros nietos. Y, radiante, apareció su abuela. “¡Viva la novia!”, aplaudieron.
Ahí está mi mujer -pensé yo-, decidida y enérgica; caminando hacia mí desenvuelta, elegante…, sonriendo confiada; en la total certeza, en el asombro de saber que la amo y de que soy feliz por ella amarme”
Cuando nos pidieron que bailáramos un vals ese día de nuestro cincuenta aniversario ambos descubrimos que llevábamos puestos los mismos zapatos que en aquél de la celebración de nuestro matrimonio.

Y nos deslizamos sobre ellos tal y como habíamos recorrido hasta entonces aquél largo camino: Apoyándonos el uno en el otro al compás de la música.





viernes, 5 de agosto de 2011

JE, JE

por Paco

dedicado a María

Aquel muchacho llamaba a su amigo que no sabía quién era. Le acompañé y le estuve dando el coñazo haciéndole reír. No sé si fue su aliento o el mío el que olía a muerte. La muerte que a nuestro lado quería cogernos, tan jóvenes.
Para algunos hay esperanza por venir, me dijo Eufrasio muy serio. Y luego contó que sí, me he dado cuenta de mi aliento y no es el tuyo, no, pero voy a cambiar esta situación ¿tienes a alguien que odies?
Buf, no quiero odiar a nadie,pero el director del banco me tiene hasta los huevos y hace mal las cosas, no sé si aposta.
Vamos a verle y en dos días te lo cambian.
Allí estábamos Eufrasio y yo. Al presentarle a Segis, le echó su pestilente aliento y dándose la vuelta asqueado, Segis,dos minutos después, se rascaba la teta derecha con los ojos fuera de las órbitas. Alarmado, llamé a Jesús, el subdirector para que viniera una ambulancia.
Al salir del banco le dije a Eufrasio:¡joder,antes de tiempo!.Sí, bueno, aún no tengo este superpoder bien preparado.Pues ahora no te huele mal ¿No te he dicho que cambiaría la situación? Al dirigir el aliento a la persona elegida, en dos días no me huele. Y ya he visto, que con los más cabrones, actúa antes.
Oye ¿con las mujeres también?
Es extraño, pero las mujeres solo se enamoran de mí y además me lo dicen: me he enamorado de ti.
Pues qué suerte ¿no?. No siempre, no siempre, dijo.
Este es uno de los primeros recuerdos que ahora tengo de él, pero le estoy eternamente agradecido, porque al exhalar su último aliento, el día que le atropellaron, me besó en la boca y me traspasó su poder.
¡JE,JE!
GRACIAS MARÍA

miércoles, 3 de agosto de 2011

El secreto del baúl (del libro RelateAndo)


por Ricardo

El almacén, en el número veintinueve de la calle de Santa Ana, esta poco iluminado y peor ventilado, el desorden se aprecia como norma básica de depósito para cualquier objeto que entre allí.
Encima de una silla, imitación Luis XVI, se muestra orgulloso un magnetofón de doble pletina encastrado en su caja que, jura la propietaria, perteneció a los servicios secretos, añadiendo en un susurro:
-Las cintas no están borradas.
En la cima de una pila de objetos, en equilibrio inestable y vigilando todo el almacén, se muestra altivo, en su maletín y sus ocho discos de pizarra, un gramófono grippa de 1930, con el que la propietaria, me cuenta, deja boquiabiertos a los más jóvenes que lo ven funcionar sin pilas ni electricidad.
Mientras caminamos me explica las excelencias de aquella mecedora, este calibrador o aquel sombrerero, y mi mirada se detiene bajo una columna de maletas y flecos de cortina donde se muestra un baúl de cuero, que en primera impresión aparece ajado, pero bajo una mirada más atenta está roto y destartalado; sin embargo, el encanto de su labrado y la suavidad de su tacto me enamoran; su calor pasa a mi mano y recorre el brazo y el cuello llegando a la nuca; tratando de no mostrar mis emociones me alejo, haciendo que lo que fue un escalofrió aparezca como una mueca de disgusto exagerada frotándome las yemas de los dedos para quitarles el polvo.
Al final del recorrido disfrazo mi interés en el baúl, agrupándolo con otros objetos que me encajan para acondicionar un viejo salón; la propietaria marca un precio que rebajo sustancialmente y después de sostener su mirada unos instantes, acepta a regañadientes.
Ya en casa disfruto de mi reciente adquisición; lo contemplo e intento descifrar su mensaje, pero no entiendo lo que parece trasmitir; no sé dónde colocarlo y acaba en mi despacho sobre la mesa auxiliar huérfana de fax por desuso.
Mientras pienso que podría ser el receptáculo perfecto para todas esas carpetas y legajos de papeles antiguos que rondan por estanterías y cajones, lo abro y en un desgarro del forro, veo la esquina de un papel que juraría antes no estaba ahí; papel viejo, pero inmaculado, parecía que nadie antes lo había leído; se me eriza el vello, me da la impresión de que ninguna mano lo había escrito, me dispongo a leerlo.
El relato no era nada original, contaba las sensaciones del primer día de colegio de un niño de seis años, en la España de los años sesenta; me sentí identificado, no era extraño, yo había asistido a un colegio idéntico con un profesor similar. Me llevo un tiempo despegar ese papel de mis manos, al fin, lo guardé en un cajón.
Al día siguiente retomé mi decisión de preparar el baúl como pequeño almacén, pero de nuevo volví a ver un papel bajo el forro, lo tomé entre mis manos y tuve que sentarme, ya que me empezaron a flaquear las fuerzas, era otro relato, este sobre una máquina de recuerdos que manejaba un hábil cirujano; esto es cosa de la cabeza, me dije aturdido, salí a dar un paseo y despejarme; esa noche no pude dormir.
Las ocupaciones diarias me dieron una pequeña tregua, pero al entrar en el despacho y mirar el baúl, mi corazón empezó a latir con fuerza, levanté la tapa y vi otro papel bajo el forro, este relato es sobre una niña que toma aceite de hígado de bacalao, me desmayé.

La tranquilidad de la rutina me hace gozar; después de varios años y de algunos cursos sobre narración, he aprendido a disfrutar de mi baúl.
Hoy, después de haber leído mi relato en el taller de creación literaria, me ha parecido ver el guiño de complicidad en una de mis compañeras cuando ha leído el suyo.