domingo, 24 de julio de 2011

Juzgado de Familia (del libro RelateAndo)

por Roberto




—Entonces, ¿cuándo y por qué cree Vd. que se ha producido la crisis en su matrimonio —preguntó el juez -.

— No puedo saberlo con exactitud, señoría, - contestó Raúl -. Pudo ser aquél día que decidí dar respuesta a la pregunta que venía eludiendo sobre la relación que después de quince años manteníamos. Cuando meditaba sobre ello, me pareció escuchar un “clic”- que desconectase la máquina de humo que todo lo envolvía, dejando al descubierto la realidad —.

–Quiere extenderse algo más, por favor—, continuó el juez.

Nervioso, en un tono que evidenciaba tristeza e incomodidad por tener que explicar de nuevo las razones íntimas de un fracaso, Raúl continuó:

—Me refiero a que fue entonces cuando comprendí que desde hacía mucho tiempo resultaban inútiles los intentos para comunicarnos y que debíamos admitir nuestra incapacidad para encontrarnos de nuevo.

—¿Se refiere Vd. a que dejaron de hablarse? - insistió el juez.

–No, es más complicado. Sin dejar de hablarnos, las conversaciones se reducen a monólogos deshilvanados a los que apenas prestamos atención, muy lejos de aquellas que en otro momento nunca deseábamos terminar y eran lágrimas y risas e ilusión y la causa de otras que desgraciadamente debíamos aplazar.

Trataba Raúl de hacerse entender por el juez, quien por las reacciones a lo que escuchaba parecía estar muy lejos de aceptar sus argumentos, insistiendo continuamente en que justificase la falta de comunicación a la que aludía.

Cuando había transcurrido cerca de una hora desde que comenzase la declaración, esta vez sí sonó, en efecto, un “clic”, y la comunicación se cortó repentinamente cuando el juez desconectó el micrófono de Raúl, para advertir:

–Vamos a suspender por media hora su declaración. Después continuaremos.

El juez abandonó la sala pensando en la intervención de Raúl, y ya en su despacho se dispuso, como cada mañana, a encender un cigarrillo y a llamar por teléfono.

-Sí, contestó su mujer.

–Soy yo ¿Cómo estás?

–Bien, ¿y tú?

–Yo bien, - continuó el magistrado - he hecho un alto en la Vista. Necesitaba aclarar las ideas antes de seguir. Estoy algo confundido porque el demandante aduce un argumento muy sutil, pero algo contradictorio. Me va a resultar difícil tomar una decisión ¿Tú crees que es posible que dos personas conversen con facilidad sin comunicarse?

Al no escuchar contestación a lo que comentaba, insistió: — ¿Me oyes?

Ella, que no entendía nada de lo que le había planteando su marido, le interrumpió para decirle: Pues yo llevo una mañana complicadísima; se ha enrevesado el asunto de la promotora y estoy apurada porque...

Al otro lado del teléfono el juez la escuchaba distraído, con el pensamiento aún puesto en la Sala. Mientras, se producía un silencio en la conversación que poco después fue roto por la esposa:

— Perdona, estaba buscando un documento en la cartera.

— ¿Pero me has escuchado lo que te decía? - respondió él -.

–Claro, pero es que este documento, que no encuentro por ninguna parte, lo necesito para poder acceder a los archivos de la Biblioteca Nacional.

–Bueno, esta tarde en casa podemos seguir hablando más despacio. Me gustaría conocer tu opinión, no sobre este caso en concreto sino, en general, acerca de lo que te comentaba sobre la incomunicación - finalizó el juez-

–¡Vale!, pero hoy será difícil, te recuerdo que por la tarde tengo clase de música y tú has quedado para ir a correr. Por cierto, añadió ella en un tono de voz apenas perceptible ¿te he dicho que he conseguido encontrar localidades para el concierto?

En el despacho de nuevo se escuchó un “clic” - al colgar el juez el teléfono bruscamente ¡Sabe que odio ir al concierto!- masculló-

Tras la interrupción, de nuevo en la sala de la audiencia, Raúl prosiguió con su exposición, cada vez más asustado por que era evidente que el juez permanecía distraído, ajeno a sus explicaciones. Enseguida fue interrumpido. —No hace falta que continúe—, le dijo el magistrado, que por primera vez desde que empezó el Juicio había borrado el gesto adusto de su cara. —Todo está muy claro— - añadió -.

El juez efectuó en su ordenador las observaciones pertinentes sobre el caso. Al final de aquellas había dos notas. Una, inspirada en R.Tagore: “ Iba yo caminando, no sabía por qué".

La otra, simplemente decía: “¡CON DOS COJONES¡

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