viernes, 15 de julio de 2011

El Recreo (del libro RelateAndo)

por Esther



“Yo sé muy pocas cosas, es verdad.
Pero me han dormido con todos los cuentos.
Y sé todos los cuentos.”

León Felipe.


Salieron de sus clases disparados como balas. Se dirigían hacia el patio del Instituto. Comenzaba el recreo…
Pero no; decir que salieron disparados como una bala, no sería del todo cierto. Nadie se mueve a la velocidad de una bala; ni siquiera el hombre bala que sobrevive en el mundo circense a la espera del lanzamiento. Diremos, entonces, que Ángel salió ansioso; con la impaciencia del deseo; con la imparable y siempre eterna curiosidad del que busca para poder descubrirse. Descubrirse en ella, en Paz; en la chica de piernas largas y rodillas de piedra. Así la describió un día Ángel, y así lo dejaría escrito, años más tarde, en uno de sus cuadernillos de papel, y después en uno de sus libros. Lo mejor de todo es que ya lo pensaba con casi 18 años (alguno menos de incansable lector).
Sí, le invadía hoy (otra vez) esa curiosidad insaciable. Se repetía de nuevo aquella sensación, que parecía palpitar dentro de él; la misma ansiedad de aquel día en que pensó que podría comerse el mundo en una clase de Historia. Fue, en ese momento, cuando comprendió el verdadero significado de esa expresión, tantas veces escuchada: “comerse el mundo”. Este sería su último curso en el Instituto, y parecía comérselo a cada instante.
Iba pensando en cómo digerir el mundo a partir de ahora, en la zancada de sus deportivas, y en el tema de su ingreso en la Real Escuela Superior de Arte Dramático; en la importancia de eso, y en los últimos globales... En si elegiría Interpretación o Dirección de Escena, en si… Pero fue justo en ese instante (y le dio tiempo a pensar en lo bello que resultaba; ese diminuto punto en el tiempo como grano de arena en el mar del cosmos), cuando la atisbó allí acuclillada, en la cancha de baloncesto, casi debajo de aquel espacio del redondel, que parece que dibujaban las cuerdas; ahí, en ese punto; y como… esperando el enceste bajo el tejido… Fue entonces, cuando decidió que había que trocear el mundo en un pedazo más, en un último pedazo de incalculable exquisitez.

Ángel la observaba, la seguía como si llevara una cámara de cine. A veces pensaba que representaba el personaje, que actuaba como director y que mientras la seguía con ese ojo encerrado; cautivo de la lente, podía rodar; grabar cada parte de su cuerpo en secuencias cortas, para después reconocerlas y entenderlas secretamente.
Se preguntaba ¿con qué le sorprendería? Cada día inventaba algo nuevo o proponía un tema de conversación, y le dejaba atónito con su divertida y misteriosa dialéctica. Esta última semana le tenía agotado con su actitud preguntona sobre sus clases de teatro; aunque a ella le interesaban más las matemáticas. Defensora de los logaritmos y siempre de la música. No dejaría sus clases de guitarra por nada del mundo.
–Música y matemáticas: binomio perfecto –decía siempre Paz - . Y continuaba, binomio: “expresión compuesta de dos términos algebraicos, unidos por los signos más y menos”.
Así que mientras su mirada se había quedado parada, embelesada en sus lindas rodillas de piedra, Ángel se preguntaba qué le contaría hoy Paz en ese tiempo de recreo.
Él sabía que investigaba a menudo sobre todo lo que a él le interesaba. Últimamente, no paraban las preguntas sobre su grupo de teatro y sus ensayos. Cuánto interés por: ¿Andrea Dodorico?, pregunta ésta que había quedado suspendida en el aire el último día (tema: escenografía teatral)… Pero no; nada de esto. Corrió a su encuentro, llegó a su lado, se paró como satisfecha; y le obligó a acuclillarse, otra vez, tal y como la había encontrado. Con esa calma de quien ha llegado por fin a su lugar y, agarrando; incluso dirigiendo la mano de Ángel; para posarla ya sobre su rodilla, tembló junto con sus palabras:
–Cuéntame un cuento –dijo Paz.
Y Ángel, que sin duda había acertado admitiendo que ella no pararía de sorprenderle, pensó a la vez en su suavidad; en que era tan suave como la palabra “gacela”. Pero no le dijo nada, y preguntó; devolviéndole una nueva pregunta:
– ¿Un cuento? ¿Te refieres a un cuento como éste?:
–“El sol redondea tu existencia…” Y ella, aguantando la risa; incluso el beso; y después mirándole con cara de pez (como decía su abuela que miraban en su pueblo numantino) insistió:
–No, Ángel, en serio, un cuento donde haya unos personajes y una historia que contar…
– ¡Ah!, te refieres a un cuento que termine: “…y se colmaron de felicidad”.
–No seas tonto. De verdad; un cuento de verdad –le dijo Paz–. Un cuento donde haya uno o dos personajes principales, personajes secundarios, un espacio donde mirar la historia; si es posible con algún objeto mágico y un tiempo donde puedan recrearse.
–Es así, ¿no? –preguntó Paz.
Ella había enumerado todas las pautas técnicas que él le había contado unos días antes, cuando recordaban la clase magistral de ese loco del teatro. Aquel que había dado a su conferencia el nombre de: “Cómo crearnos en un día, si Dios creó el mundo en siete”. Le resultó, entonces, tan divertida la propuesta de la conferencia, que la reflexión de Paz se presumía, ahora, inevitable. Y como no podía ser de otra manera, Ángel intentó seguirle el juego.
–Entonces te refieres a un cuento como este otro: “El azul te abraza cuando tus hombros son de hielo”. Y le rozaba con su pierna esa rodilla de piedra, intentando colocarla encima; de la manera que fuera. ¡Vaya interpretación!, pensaba para sí mismo
–Venga ya, Ángel, en serio. Un cuento donde dos personajes que se aman hacen un viaje a algún país, con el que los dos hayan soñado alguna vez; o dos personajes músicos que recorren el mundo con su banda, conocen a otras personas… se hacen amigos porque hay algo que les une, y parece que el tiempo se para.
Ángel notaba como se eternizaba ese tiempo en el patio, y aquel bullicio casi ni se oía. Otros recreos habían pasado… tan diferentes. Y aunque se agotaba el tiempo, escondidos en ese diálogo; continuó con el juego que ella iba tejiendo, casi son exactitud matemática:
– ¿Quieres decir que hacen amigos como aquellos que te confiesan que de pequeños imaginaban que las nubes tenían formas de animales y… que toda la magia se encontraba allí arriba?
–Sí, bueno –le cortaba Paz, con la risa contenida, pero explotando en explicaciones ¬ quiero decir, quiero decir… que pasen cosas, que haya acción; que coman, duerman, estudien, trabajen… Una historia, que hoy va a tener que ser un poco corta, o muy muy corta; pero, insisto, con acción, que parezca que estás viendo a los personajes diminutos, en frente de tus ojos; viviendo casi encima de tu nariz…
– ¿Encima de tu nariz? Pues vaya sitio . Y sintió que se partía de risa, por dentro. Era así como él lo veía, de ese mismo modo (parecía increíble). Y sin embargo, le dijo a Paz que él veía a los personajes más cerca de la cara y se apresuró a rozar su mejilla, y allí le indicó el lugar exacto, con el roce de su nariz; pero aparecieron sus labios. Y sintió, entonces, como si se besaran dentro de un cuento… Hasta que sonó la palabra tiempo, tiempo, tiempo… llegando lejana; pero habitando al lado de su mejilla y haciendo cosquillas en el lóbulo de su oreja.
–Creo que hoy no te va a dar tiempo… tiempo , y resonaba, volvía el eco de la palabra ; pero bueno, piensa en ello, piensa en este cuento… –le susurró Paz, intentando alejarse de sus labios oradores, que parecían tener vida propia fuera de su cuerpo.
Entonces, apareció de nuevo el bullicio, el ruido, los gritos; el auténtico recreo y, en el final, se suspendieron y brotaron sus palabras:

Vamos Paz, vamos. Volvamos a clase, se ha terminado el recreo.


Recreo de noviembre de 2010

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