domingo, 16 de febrero de 2025

¿Qué hacía yo el día que cumplí doce años?

Por mandato real y constitucional del Rey de Renglones (toma ya!) se hace saber que los integrantes del Colectivo literario Renglones de ficción tienen la obligación de escribir (este momento tenía que llegar, amigos). La propuesta literaria dictada por el "mandamás" consiste en escribir un mini-relato (aprox.20 líneas) con el tema "¿Qué hacía yo el día que cumplí doce años?". No es necesario ceñirse a ese día en concreto, nos vale con una aproximación o quizás una invención. Podéis utilizar como siempre los comentarios de esta entrada para añadir los relatos (esta vez no hace falta que sea anónimo). Cuando todo el mundo haya escrito se quedará para comentarlo y celebrarlo. ¡Adelante, amigos, hagan memoria!

3 comentarios:

  1. ¿Qué hacía yo el día que cumplí doce años?
    Lo recuerdo como si fuera ayer, como todos mis momentos felices. Aquel ocho de octubre, a las once de la mañana, el Mediterráneo estaba de un azul intenso y el cielo con ese tono desvaído que precede al levante.
    Como otras mañanas de domingo, había subido hasta las piedras que coronan la cumbre del castillo de Santa Bárbara, con un libro de aventuras y un bocadillo de chorizo. Tenía mi sitio favorito, unas piedras blancas que formaban un pequeño hueco, apenas para meter el culo y dejar que colgasen las piernas. Desde allí arriba era como volar, la ciudad y el puerto a mis pies, la curva de la bahía dando sentido al paisaje y el mar infinito a las historias que leía. Me hablaban los pinos, mis vecinos. Y los pájaros marinos que subían de vez en cuando, a limpiarse los pulmones de salitre con el aire fresco de la montaña.
    Aquel libro era un tesoro, con héroes griegos invencibles, ninfas que se bañaban en cascadas entre peñas cubiertas de musgo y helechos… algo todavía más raro en Alicante que los helenos mitológicos. Tanta emoción me dio hambre, con lo que ataqué el bocata a falta de enemigos y cuando ya iba por más de medio, me di cuenta que se me había olvidado traer agua y que la del libro no me iba a servir. Fue un maravilloso día de cumpleaños. Llegué a casa tarde y muerto de sed, también me regañaron por haber salido sin decir a donde iba y aprendí que la literatura te llevará donde quieras, aunque conviene resolver las cuestiones orgánicas antes de ese viaje.

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  2. El día que cumplí doce años mis padres me dieron 300 pesetas para gastar en “Koala”. 300 pesetas. “Koala” era la mejor tienda de chucherías que nadie puede llegar a imaginar. Yo venía de un barrio en el que no había tienda de chucherías, lo más parecido era un puesto de variantes y frutos secos en el Mercado. En este puesto me ponía muy nerviosa cada vez que me tocaba pedir porque el “tendero” era poco amable y yo tenía que ir describiendo las gominolas que quería para que él las cogiera de los botes que tenía a su espalda: “uno de esos amarillo y naranja, redondos… no, esos no, los que son más ovalados con pica-pica…”. Si tardabas mucho en describirlo, o si dudabas de qué gominola querías el “señor tendero” se impacientaba. Además, cogía las gominolas con los dedos, sin guantes ni pinzas, cosa que a mi madre no gustaba, aunque a mí me daba igual. Lo peor de todo era si te equivocabas y habías pedido una gominola de más y le tocaba al tendero devolverla al bote después de mis dudas por elegir qué gominola sacrificaba. Eso es lo que más le sacaba de quicio. A veces, por evitar todo eso, me gastaba las 50 pesetas semanales en una bolsa de Jumpers. Fácil y sin complicación. “Koala” sin embargo era el paraíso. Era la primera vez que yo veía una tienda de chucherías autoservicio. Entrabas, cogías una mini cesta y unas pinzas y ¡podías servirte por ti mismo! No era necesario poner nombre a cada golosina y podías arrepentirte las veces que quisieras. Incluso te daba tiempo, sin presión, a contar el dinero que llevabas gastado para no coger de más. Hasta las gominolas estaban más blanditas. Acabábamos de mudarnos al nuevo barrio. Era 3 de septiembre, mi cumpleaños, y dentro de unos días empezaba en un nuevo colegio. No conocía a nadie, había dejado atrás mi antigua casa, mi antiguo colegio y mis amigos “de toda la vida”. Estaba asustada. Pero tenía 300 pesetas en el bolsillo para gastar en chucherías…y “Koala” era el paraíso.

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  3. Aquel año de 1973... "Dark side of the moon" de Pink Floid , "Tubular bells" de Mike Oldfield, "Eres tú" de Mocedades... Ahhhh ¡Qué música!y murió Niño Bravo. Pero no todo era música, no penséis que no tenía conciencia social, claro que la tenía; fue el año que la OMS retiró la homosexualidad como enfermedad, también termino la guerra de Vietnam aunque empezó la del Yonkipur, el del golpe de estado en Chile con la dictadura de Pinochet y el atentado a Carrero Blanco... claro yo me enteraba de todo eso porque el telediario de la noche era sagrado, y erre que erre, día tras día, las noticias iban calando e instalándose en alguna parte de esa cabeza de doce años aunque mi principal preocupación era mi entorno social más cercano, mis amigos de la calle, o debería decir mis amigas de la calle Bego, Cris, Rosa... Bego tenía un padre mal tratador y una madre, como describirla... floja, muuuuuy floja, pasaba de hacer sus labores de ama de casa y esperando la bronca de su marido, bebía, no poco, hasta dejar a Bego con las tareas de la casa. De la situación de Cris no sabíamos mucho y es que después de morir su padre en accidente de trabajo, la madre se movía en cualquier ambiente para llevar dinero a casa; por lo que Cris estaba todo el tiempo sola y casi no veía a su madre (años después la detuvieron por tráfico de drogas). Rosa no tenía o no decía tener problemas y al igual que nosotros. Mi vecino José Antonio, cuando no estaba castigado, los estudios, ya sabéis (su padre trabajaba de albañil "a destajo" y no aparecía mientras había luz diurna y su madre, de la misma edad que la mía parecía y hacía cosas de abuelas). Así era mi calle, una calle en la que de los cinco no teníamos ningún otro niño o niña para jugar. En El Ferrol no se podía estar toda la tarde en la calle, por lo de la lluvia, ya sabéis, pero cuando podíamos nos juntábamos y "a jugar". Eso de "a jugar" se reducía a juegos de chichas ya que José Antonio estaba casi siempre castigado, y Bego, Cris, Rosa y yo jugábamos a "la rayuela", "la goma", "la comba" o al "brilé" que en Madrid le llamáis "balón prisionero"., recuerdo mi frustración por no poder llegar a las tandas altas de la goma, yo todavía no había desarrollado, no como ellas que me sacaban una cabeza, pero les ganaba a rayuela y al brilé.
    Pero cuando cumplí trece la cosa cambió, pero... eso ya es otro relato.

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