martes, 22 de noviembre de 2011

NIEBLANOCHE



por Fede.

Alicia colgó el teléfono.
Se había citado con la pandilla; y esta vez el botellón iba a ser de órdago porque se habían gastado casi toda la paga en bebidas. Coca cola, vino, ginebra y vodka. El hielo lo llevaría Héctor, que era el único que tenía coche; más exactamente un Ford Fiesta con veinte años de antigüedad, que pasaba más tiempo en el taller que circulando.
Tomaron el coche de línea que les llevó a Jaraque, y desde la estación de autobuses del pueblo fueron andando hasta un polígono industrial, donde se iba a celebrar la fiesta.
A las dos de la madrugada se puso a llover, y poco a poco sin que nadie reparara en ello, la niebla se hizo dueña de la noche.
Uno tras otro, los vasos de alcohol fueron mermando la energía de los asistentes y a las tres de la madrugada eran muy pocos los que aún podían tenerse en pie.
Sentada en un taburete alto y apoyada en la improvisada barra de bar, Alicia se volvió despacio hacia dos hombres que hablaban en voz baja y sin querer escuchó la conversación.
– ¡Eres un animal! no deberías haberla golpeado tan fuerte. Vamos a estar jodidos si alguien lo ha visto.
–Nadie va a sospechar de nosotros, no te preocupes. Además ha quedado muy escondida y no va a ser fácil dar con ella.
Uno de los hombres se giró y sus ojos se encontraron con los de Alicia, que bajó apresuradamente del taburete y se perdió entre la ebria marea humana.
Sobre las tres y media, Alicia buscó a Héctor para que la llevara a casa, pero el Fiesta se negó a arrancar y tuvieron que volver a pie. Tendrían que dormir en un banco de la estación de Jaraque hasta que saliera el primer autobús a su ciudad. Afortunadamente, había cesado de llover.
Por el camino, Alicia contó a Héctor lo que había escuchado poco antes.
–En cuanto lleguemos al pueblo, lo denunciamos a la Guardia Civil, –contestó Héctor.
Atajaron por un descampado hasta encontrar la carretera zigzagueante que llevaba al pueblo. Iban uno detrás del otro guiados por la línea blanca del borde de la calzada, cuando Alicia escuchó a Héctor gritar. Volvió la cabeza pero ya no estaba. Escuchó un golpe y después el silencio se hizo tan espeso como la niebla.
– ¡Héctor! Gritó al aire, ¡Héctor!
Entonces oyó unos pasos.
– ¿Eres tú? Dijo Alicia tendiendo una mano hacia la noche.
El ruido de los pasos cesó y Alicia volvió a preguntar inútilmente.
– ¡Héctor, por Dios, responde! ¿Estás ahí?
A Alicia le pareció distinguir una figura a pocos pasos de ella. Era la silueta de una persona muy alta que nada tenían que ver con la de su amigo. Trataron de agarrarla por detrás, pero ella consiguió zafarse.
Volvió a correr campo a través hasta que las fuerzas la abandonaron y se dejó caer entre unos matorrales empapados.
Permaneció allí tumbada y tiritando durante un tiempo que se le hizo eterno. Poco a poco la niebla se fue disipando y un débil sol apareció por el este. Se incorporó y miró con miedo a su alrededor: Se encontraba sola. Caminó hacia su izquierda hasta que llegó a la carretera. Al fondo, una ambulancia recogía el cuerpo de un hombre caído en el asfalto. Se acercó corriendo alcanzando a ver cómo cubrían totalmente a Héctor con un plástico brillante.
Al poco tiempo, llegó un coche de la Guardia Civil y el Juez de Jaraque; colocaron a Héctor dentro de la ambulancia y ésta partió veloz hacia el pueblo.
–Señorita, dijo un Agente, acompáñenos al Cuartel. Necesitaremos su declaración.


La habitación era amplia y las persianas levantadas dejaban pasar la luz de sol. A su espalda, alguien cerró la puerta y frente a ella, mirándola con una sonrisa burlona dos hombres, ahora de uniforme, a los que reconoció rápidamente.
–Hola guapa: ¿A que no pensabas vernos tan pronto?

2 comentarios:

  1. jejeje, soy yo. Que me gusta el relato.

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  2. Me gusta y le doy un par de escalofríos (mínimo)....eso si,echo en falta que se corrija un poco el tema de la paridad y que haya más mujeres en la guardia civil...pero por lo demás... :-P

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