miércoles, 27 de julio de 2011

Persecución (del libro RelateAndo)


por Luis


Estaba muy cansado. El trabajo se complicó, motivo por el cual tuve que prolongar unas horas más de lo habitual mi jornada. Era viernes y me asaltó la idea de perderme el fin de semana fuera de la ciudad.

Dispuse lo necesario, pero según viajaba, haciendo recuento de algo que podría haber olvidado, me di cuenta que no había echado mis pastillas, ya no podría tomarlas hasta el lunes.

Alquilé una cabaña rural, situada en un valle al pie de una enorme montaña. Según me aproximaba y me internaba en el bosque, se acrecentaba en mí el deseo de llegar a la casa que iba a cobijarme esos días. Hayas, robles, tilos…y, otros arbustos como retamas, zarzas, acebos…, conformaban la espesura del trayecto que me llevaba a una casa de madera de enigmático aspecto. Me llamó la atención la variedad ornitológica que me fui encontrando en el camino. Divisé la casa y observé que estaba encendida. Al llegar a la puerta de entrada e introducir las llaves, intenté girarlas pero, la cerradura estaba abierta. Entré con cierta aprensión. Todo parecía en orden. No observé ningún estigma que pudiera infundirme algún miedo. Llamé, no obstante, a la persona que me lo había alquilado. Cuando le dije el estado en que encontré la casa me pidió disculpas por el olvido, aunque él habría jurado haberla apagado y cerrado-pero añadió- si hay algo que no esté en orden, me acerco a repararlo- le dije que no era necesario.

Una vez alojado, me dispuse a salir para inspeccionar los alrededores más próximos, pues quedaba poco tiempo de luz. El crepúsculo avanzaba. Los arbustos se iban fundiendo con las sombras y la dificultad de caminar era cada vez mayor. Opté por volver a la casa. Mañana, con luz podría observar mucho mejor. En el trayecto de vuelta, se oía el grajeo de los cuervos, el ulular de algún búho, el craqueo de una lechuza; todavía no se oía el canto del autillo.

Llegué, gracias a la luna llena que me asistió hasta la cabaña. Abrí la puerta y, en ese instante noté como un leve empujón pero, al encender la luz se difuminó cualquier idea que no se correspondiera con la realidad. No le di mayor importancia.

El habitáculo, estaba muy bien provisto funcionalmente y con gusto en su decoración. Noté frío y me dispuse a encender la estufa. Estaba cargada de leña. Faltaba solo prenderla. Cogí una caja de cerillas y rascando un fósforo sobre su canto, comenzó a arder. Lo aproximé a las primeras astillas y la llama invadió todo el hogar sorprendiéndome su enorme avidez. Cogí un CD del estuche. Lo coloqué en el reproductor y en pocos segundos el habitáculo se inundó de una música ¡grandiosa! “La pasión, según San Mateo” de J. S. Bach.

Me sumí en una emoción indescriptible al oír una de sus arias. En pocos minutos mi mente se transportaba a otro mundo. De repente, la música se calló, la luz se apagó y todo quedó anegado de tinieblas. Abrí una de las persianas para que la luna se acomodara en la estancia y entonces pude apreciar, tenuemente, la habitación.

De momento, no podía oír música, tampoco me acompañaba la luz, pero con un poco de suerte se restablecería. Encendí una vela, para mitigar el trabajo de la luna. Aunque la música había cesado, pude disfrutar de un silencio en estado puro tan solo interrumpido, de vez en cuando, por el canto; ahora si, del autillo y alguna otra ave que entretejían un sortilegio melódico natural.

De repente, las aves cesaron de cantar, la vela se apagó y un tul desvirtuó la faz de la Luna. Pasaron unos minutos y la luz se hizo. Inmediatamente Bach continuo desgranando arias, corales y recitativos. El bajo continuo era el contratiempo a mi imaginación desbordante.

Hice una cena parva. Abrí la puerta y observé el cielo. Estaba cubierto. El viento se levantó agitando con fuerza los árboles. En varios minutos la intensidad se elevó a cotas altísimas.

Entré a la casa. Tenía ganas de dormir. Los cristales de las ventanas y las persianas, vibraban de una forma cada vez más agitada. Abrí el ordenador antes de acostarme y me situé en la zona donde estaba la cabaña. Según decía, hubo en este sitio, hace muchos años, un cementerio que fue arrasado en tiempos de guerra con los franceses.

El sueño me podía. Caí deshecho.

Me despertó un canto de voces a las que progresivamente se le sumaban otras, de distinta tesitura, llenando todo el espectro del silencio. Asustado por las voces disonantes que iban aumentando en número e intensidad. Noté en mi cuerpo un escalofrío y el terror se adueño de mí. Llegó un momento que mi capacidad de aguante se desvanecía exponencialmente, entonces fue cuando decidí recoger mi equipaje y volver a mi casa.

Eran las tres de la mañana. Salí de la cabaña con toda la premura que mi cuerpo era capaz. Los lamentos de las ánimas me seguían. No sabía como liberarme de aquellas letales voces. Prosiguieron sin tregua durante mucho tiempo. Súbitamente, todas las voces desaparecieron.

Apreté el acelerador, pues deseaba alejarme de aquel lugar. Mi ánimo se elevó. Deseaba llegar pronto y olvidarme de lo sucedido. Aparqué y cogí el equipaje ¡por fin estaba en mi casa! Subí en el ascensor y abrí la puerta. Me preparé para acostarme. Una vez tumbado apagué la luz, dispuesto a recobrar la normalidad y, en ese mismo instante, los tormentosos sonidos de las ánimas ocuparon el dormitorio.

2 comentarios:

  1. Suerte que ya estaba en casa y podría volver a tomarse las pastillas... ;-)

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  2. ¡Luis no fue a la lectura del terror terrorífico..!

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